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El portal de Santa Madrona, en el Paralelo |
(versió en català aquí)
En 2013 estrené una nueva ruta: Las murallas de Barcelona.
Durante algo más de 2 horas, aproximadamente, hacemos un paseo que recorre los
restos de las murallas romanas y medievales que durante más de 1.500 años
defendieron la ciudad de Barcelona. Repasamos la historia, los personajes y los
hechos que a lo largo de los siglos se han vinculado a las murallas de
Barcelona: descubrimos sus restos -a menudo escondidos o muy deteriorados-,
explicamos los orígenes y las características y nos zambullimos en un montón de
hechos históricos asociados.
Hacia el 15 aC, el emperador romano Octavio Augusto funda la Colonia Julia Augusta
Faventia Paterna Barcino. El lugar elegido se encuentra cerca de la costa y de
varios cursos fluviales, al abrigo de la montaña de Montjuïc y encaramado en un
pequeño cerro llamado Mont Taber, cualidades todas que le proporcionan una
buena defensa y rápidas comunicaciones con el interior. La primera muralla, muy
sencilla, se empieza a construir durante el cambio de milenio y tenía torres
sólo en los ángulos y las puertas del perímetro amurallado. A mediados del
siglo III, las murallas se refuerzan (aunque algunos autores retrasan esta
cronología hasta el siglo IV o V) a base de añadir una nueva muralla encima de
la primera. Esta nueva muralla tenía un perímetro de entre 1.200 y 1.400
metros, alrededor de 80 torres y rodeaba una superficie de unas 12 Ha. Estas
obras de mejora, de una gran envergadura, convertirán Barcelona en una plaza
fuerte de tal calibre que, en pocos años, sustituirá a Tarraco como principal
ciudad del noreste peninsular y la protegerá de los ataques exteriores durante
casi 1.000 años.
Los restos de esta muralla romana son visibles hoy en muchos lugares de
Barcelona: en la plaza Nueva, en las calles Tapinería, Subteniente Navarro,
Correo Viejo, Avinyó, Baños Nuevos, Paja y en la plaza de Frederic Marés, entre
otros.
A medida que los condes de Barcelona fueron conquistando territorios a los
musulmanes y alejaron el peligro, la ciudad se extendió extramuros y comenzaron
a aparecer pequeños barrios, articulados alrededor de mercados, iglesias y
monasterios y cruces de caminos. En el año 985, después de devastar el Vallés y
la llanura de Barcelona, Almansur sitió la ciudad. Las crónicas dicen que el
6 de julio de ese año, “murió Barcelona”. No sabemos a ciencia cierta
si este famoso caudillo musulmán conquistó la ciudad entera o su ataque se
limitó a los barrios extramuros y los arrabales, pero el impacto psicológico en
la ciudad fue enorme. Y también las consecuencias políticas: las peticiones de
ayuda del conde Borrell II no fueron atendidas por el rey de los francos al que
los condes catalanes estaban ligados por vínculos feudales derivados de su
pertenencia a la Marca Hispánica. El 988, Borrell II se negó a renovar el pacto
de vasallaje con Hugo Capeto, el nuevo rey franco, e instauró la independencia
de hecho de los territorios bajo su poder. Se iniciaba así el camino en
solitario de un pequeño trozo de mundo que, en el transcurso de los años, se
conocería con el nombre de Cataluña.
El 1243, el rey Jaime I ordenó que una nueva muralla protegiera Barcelona.
Esta vez, sin embargo, el peligro no procedía del exterior sino,
paradójicamente, del interior. La población judía fue obligada a recluirse en su
barrio y cerrarlo con puertas y murallas. Una ciudad dentro de la ciudad, una
muralla interna que “alejaba” a los cristianos del contacto con los
judíos. Esta muralla seguía las calles del Obispo, San Severo, Bajada de Santa
Eulalia, Baños Nuevos y Call. Buena parte del Palacio de la Generalitat se
levantó, pues, en plena aljama. De poco sirvieron estas murallas porque los
ataques y los pogromos -el de 1391 fue especialmente sangrante-, menudearon
hasta la expulsión final de los judíos decretada por los Reyes Católicos en
1492.
La guerra
contra Francia, en el marco de la lucha por el control de Sicilia, llevó al rey
Pedro II a ordenar la fortificación de Barcelona y la ampliación de las
murallas. La dirección la asumió el Consell de Cent (Consejo de Ciento), en lo
que se considera como la primera obra pública en la que participaba el gobierno
de la ciudad. El Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona guarda una lápida que da fe de la finalización
del Portal Nuevo en 1295.
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La plaza Nueva, en una foto de finales del siglo XIX |
Esta muralla medieval, que debía proteger los nuevos barrios nacidos
alrededor de Santa María de las Arenas o Santa María del Mar, San Pedro de las
Puellas y la Ribera, se extendía a lo largo de las Ramblas y las calles de
Fontanella , la ronda de San Pedro y se cerraba hacia el mar por el parque de
la Ciudadela y su construcción se llevó a cabo durante los siglos XIII y XIV.
El frente marítimo, sin embargo, no se fortificó, convencidos como estaban los
barceloneses de que un ataque por mar era imposible debido a la poca
profundidad y los numerosos arrecifes y bancos de arena que protegían la ciudad
por esta banda. En 1359, una escuadra castellano-genovesa demostró la falsedad
de esta creencia y puso la ciudad al borde del abismo. Los hechos están
narrados en el capítulo VI de la Crónica
de Pedro el Ceremonioso, la cuarta de las grandes crónicas en lengua catalana
de los siglos XIII y XIV. Barcelona se salvó por muy poco pero este hecho
aceleró la fortificación de la ciudad. Desde mediados del siglo XIV hasta
mediados del siglo XV, la ciudad se aplicó en mejorar sus defensas por el lado
de poniente, englobando con una nueva muralla los barrios del Raval y del
Carmen. El nuevo recinto se extendía por las calles de Pelayo, plaza Universidad,
rondas de San Antonio y San Pablo y Paralelo e incluía instalaciones
estratégicas como las Atarazanas y el Hospital de la Santa Cruz, además de
proporcionar a la ciudad una amplia extensión de terrenos de cultivo que podían
abastecerla en caso de asedio.
La muralla medieval de Barcelona será la protagonista de la defensa de la
ciudad durante los numerosos sitios de los siglos XV al XIX: durante la Guerra
Civil catalana (tres ataques entre 1462 y 1472), la Guerra de los Segadores (1640
a 1652), la Guerra los Nueve años (1697), la Guerra de Sucesión (asedios
anglo-holandés de 1704, austracista de 1705 y borbónico de 1706); la Guerra del
Francés (1808); y también durante los bombardeos de Espartero (1842) y Delgado
(1843).
El episodio más traumático para la ciudad fue el asedio al
que se vio sometida Barcelona en el marco de la Guerra de Sucesión en 1713-1714.
A pesar de la manifiesta inferioridad material y humana, la ciudad resistió
durante 13 meses los ataques de los ejércitos franceses y castellanos de Felipe
de Anjou (el futuro Felipe V). Finalmente, el 11 de septiembre de 1714,
Barcelona capituló. Las bajas se calculan en cerca de 7.000 personas (en una
ciudad que apenas llegaba a los 40.000 habitantes). Durante el asedio cayeron
sobre Barcelona más de 30.000 bombas que destrozaron completamente un tercio de
la ciudad y dañaron otro tercio. El nuevo régimen castigó a conciencia a Cataluña
y su capital. La construcción de la Ciudadela y el reforzamiento del castillo
de Montjuïc se hicieron desde un punto de vista exclusivamente represivo: su
misión era vigilar y controlar el interior de la ciudad más que defenderla de
ataques exteriores.
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El bombardeo de Espartero (1842) |
Con el transcurso de los años, aquellas murallas de Barcelona que durante siglos
la habían protegido se fueron convirtiendo en un corsé que la aprisionaba y la
asfixiaba. A lo largo de los siglos XVIII y XIX, la situación sanitaria y
social de la población de Barcelona se había degradado. En 1850, los habitantes
de Barcelona eran ya 185.000, hacinados en un recinto urbano degradado y sin las
mínimas condiciones sanitarias. Las epidemias diezmaban una población carente
de infraestructuras sanitarias modernas y que compartía el espacio con
cementerios y fosas comunes. La consideración militar de Barcelona como plaza
fuerte prohibía la construcción de cualquier tipo de edificación en una
distancia inferior a 1,5 km. Las murallas, además, cerraban sus portales cada
noche, encarcelando, literalmente, los barceloneses.
Por estos motivos, no es de extrañar que los ciudadanos de Barcelona
recibieran con una explosión de alegría el permiso concedido finalmente (1854)
por el gobierno de Madrid para derribar las murallas medievales. La idea había
ido gestándose desde hacía años: el primer proyecto serio arranca en 1841,
cuando el médico Pere Felip Monlau ganó el concurso que el Ayuntamiento de
Barcelona había organizado para analizar las ventajas de derribar las murallas
medievales: su proyecto, titulado ¡Abajo las murallas! Memoria acerca de
las ventajas que reportaría á Barcelona, y especialmente á su industria, de la
demolición de las murallas que circuyen la ciudad, proponía abrir la ciudad al exterior, expandirla
desde el Llobregat al Besós y dotarla de infraestructuras modernas. El éxito de
la propuesta fue inmediato y se tradujo en un apoyo institucional y popular
total y masivo.
Se constituyó una Junta de Derribo ciudadana encabezada por el arquitecto
Antonio Rovira i Trias como director general de las obras. Rovira sería el ganador
del concurso organizado por el ayuntamiento para planificar el ensanche de la
ciudad, pero nunca lo vio realizado porque desde Madrid se impuso otro
proyecto, diseñado por Ildefonso Cerdá, que a la larga ha resultado ser mucho
mejor para Barcelona. Pero eso ya es otra historia. ¿Quizás el tema de una
nueva ruta más adelante? Ya lo veremos.
Esta ruta está totalmente adaptada para personas con movilidad reducida.